Es cierto que para que la magia pueda apoderarse de nosotros y así crear una nueva realidad, hemos de
desvanecer las dudas, y en su lugar, crear una sensación de absoluta certeza,
pues el subconsciente solo crea realidades a través de este estado.
Como ya sabemos, la certeza es seguridad, estabilidad, mientras que las dudas,
producto del miedo, es como deshojar una margarita: si, no, si, no,
si…
Por ejemplo, si una persona quiere escribir una novela, ¿va a estar
cada día cambiando la temática de la obra? Si lo hace así, seguro que nunca habrá
novela.
Pero ¿cómo podemos crear esta sensación de certeza cuándo lo que deseamos nos parece poco menos que improbable?
Decir: yo creo, yo puedo, yo confío en mí, como un acto de voluntad, no es suficiente. Por supuesto que son
afirmaciones que pueden ayudar, y de hecho ayudan, pero hay que ir más
allá.
En mi caso, la manera de empezar a desarrollar la certeza no fue
precisamente diciéndome estas cosas y confiando en mí. No al menos como yo entonces lo
entendía. La certeza la empecé a desarrollar al reconocer que
dentro de mí y en cada uno de nosotros y en todo lo que existe, hay un poder que es inteligencia pura. Este es el poder de la
vida en mayúsculas, y es este poder el que crea nuestras condiciones de vida con la información que se haya
en nuestro interior.
Al reconocer esto, la tarea que deviene es la de ir transformando mediante diferentes métodos o recursos, la
información que nos limita por una capacitadora en la línea de lo que deseamos.
También junto a esto, hay que aprender
a desapegarse del resultado dando un paso atrás.
Este paso atrás equivale a apartar el ego, o nuestra personalidad,
que para mí es lo mismo. Ha de ser así para que no interfiera, pues este poder
sabe perfectamente lo que tiene que hacer, y nosotros no.
Nuestra tarea consiste en ofrecerle mediante visualizaciones y emociones lo que queremos recibir, y dejarle
hacer para que todo sea posible.
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