"Los labios dela sabiduría permanecen cerrados, excepto para el oído capaz de comprender"
Desde
el antiguo Egipto nos han llegado las enseñanzas esotéricas y ocultas
que tan poderosamente han actuado en los sistemas filosóficos de todas
las razas y pueblos, durante miles de años. Egipto, país de las
pirámides y de la Esfinge, fue el origen de una Sabiduría Secreta y de
las doctrinas místicas. Todos los pueblos han extraídos de estas
doctrinas secretas la base de las suyas. La India, Caldea, China,
Persia, Japón, Asiria, la antigua Grecia y Roma, y otros países se
sirvieron libremente de las enseñanzas formuladas por los sacerdotes y
Maestros de las tierras de Isis, conocimientos que sólo eran
proporcionados a quienes estaban preparados para recibir el saber
místico y oculto. También fue en el antiguo Egipto donde habitaron los
grandes adeptos y maestros que después nadie ha sobrepasado, y que
escasa vez han sido igualados en los siglos que han transcurrido desde
los tiempos del Gran Hermes. Egipto fue la morada de la Gran Logia de
las fraternidades místicas. Entraron por sus portales aquellos que más
tarde, convertidos en adeptos o maestros, se distribuyeron por todos los
rincones, cargando consigo el precioso conocimiento que poseían y
deseaban hacer participe de él a todo aquel que estuviera dispuesto a
recibirlo. Es una gran deuda que no puede dejar de reconocer ningún
estudioso del ocultismo para con aquellos venerables maestros de Egipto.
Entre aquellos grandes adeptos existió uno al cual los demás proclamaron maestro de maestros.
Este hombre, si puede llamársele “hombre” a un ser así, vivió en Egipto
en la más lejana antigüedad y fue conocido bajo el nombre de Hermes
Trismegistus. Aunque los pormenores de su vida se han perdido para la
historia, debido al mucho tiempo transcurrido, se sabe que fue el padre
del saber, el creador de la astrología y el descubridor de la alquimia.
La
fecha de su presencia en Egipto, en su última encarnación en este
planeta, no se conoce, pero se ha presumido que fue contemporáneo de las
más antiguas dinastías de Egipto, mucho antes de Moisés. Muchas
autoridades en la materia lo creen contemporáneo de Abraham, y algunas
tradiciones judías llegan a aseverar que Abraham obtuvo muchos de los
conocimientos que poseía del mismo Hermes. Muchos años después de
transcurrida su muerte (se dice que vivió trescientos años), los
egipcios lo divinizaron e hicieron de él uno de sus dioses con el nombre
de Toth. Los griegos, después, hicieron de él otro de sus dioses y le
llamaron Hermes, “el dios de la sabiduría”. Los egipcios honraron su memoria nombrándole “el escriba de los dioses”,
y agregándole a su antiguo nombre el honorífico de Trismegisto (tres
veces grande). Todos los países antiguos le veneraban, y su nombre era
sinónimo de “fuente de sabiduría”.
Aún hoy utilizamos el término “hermético” en el sentido de “secreto”, “reservado”, “sellado”
para que nada pueda escaparse, y esto se debe a que los hermetistas
siempre habían seguido rigurosamente el secreto de sus enseñanzas. Nunca
creyeron “arrojar perlas a los cerdos”. Ellos continuaron su norma de
conducta especial, que le señalaba “dar lecha a los niños y carne a los
hombres”, unas máximas que ya habían sido usadas muchos siglos antes de
la Era Cristiana. Y esta manera de aleccionar diligentemente la verdad,
ha distinguido siempre a los hermetistas, aún ahora.
Las
doctrinas herméticas se encuentran en todos los pueblos y en todas las
religiones, pero nunca identificadas con un pueblo en particular ni con
un grupo religioso alguno, debido a la predica que los antiguos
instructores hicieron para impedir que la doctrina secreta cristalizase
en credos. La sensatez de esta medida queda de manifiesto en todos los
estudiosos de la historia. Al convertirse los antiguos instructores en
sacerdotes, el antiguo ocultismo de la India y Persia degeneró, y se
perdieron sus conocimientos al mezclar éstos la teología con la
filosofía, siendo su primera consecuencia la pérdida de toda su
sabiduría, la que terminó por transformarse en una gran cantidad de
supersticiones religiosas, cultos, credos, y dioses. Igual cosa ocurrió
con las enseñanzas herméticas de los gnósticos cristianos, enseñanzas
que se perdieron por la época de Constantino, quien asfixió la filosofía
ligándola con la teología, y la iglesia cristiana perdió así lo que era
su esencia y espíritu, buscando a ciegas el camino de vuelta a su
antigua fe. Pero la llama sigue viviendo gracias a unas cuantas almas
que siempre mantuvieron viva la llama, alimentándola cuidadosamente y no
permitiendo que su luz se extinguiese. Gracias a estos corazones y esas
mentes de singular desarrollo, aún tenemos la verdad con nosotros, pero
esta verdad no se encuentra en los libros. Si se ha escrito alguna vez
sobre ella, su sentido ha sido cuidadosamente oculto con términos de
astrología y alquimia, de tal forma que sólo los que poseían la clave,
podían leerlo correctamente. Esto fue necesario a fin de impedir las
persecuciones de los teólogos de la Edad Media, los cuales luchaban
contra la doctrina secreta a sangre y fuego, torturando hasta la muerte a
quienes la amaban y que no querían que se perdiera.
Aún
hoy es posible hallar algunos valiosos libros de filosofía hermética,
pero la mayoría se han perdido. No obstante, la filosofía hermética es
la única llave maestra que puede abrir las puertas a todas las
enseñanzas ocultas.
Al
principio existió una recolección de ciertas doctrinas herméticas que
eran los cimientos esenciales de toda la doctrina secreta, y que hasta
entonces, había sido transmitida de instructor a estudioso. Tal
compilación fue conocida como Kybalion, aunque se perdió por varios
siglos el concepto de su significado y la real importancia del término.
Sus
preceptos no habían sido escritos jamás, o al menos, impresos hasta
donde se sabe. Se trataba, en verdad de una colección de axiomas, de
máximas y de preceptos que eran ininteligibles para los no iniciados,
pero comprensibles para los estudiosos cuando eran ejemplificados a los
neófitos por los iniciados herméticos.
Tales
enseñanzas eran los principios básicos del “Arte de la alquimia
hermética”. Contrariamente a lo que suele entenderse por alquimia, se
trata más bien del dominio de las fuerzas mentales más que de elementos
materiales. Por ejemplo, la transmutación de una clase de vibraciones de
la mente en otras, más que un metal en otro. La leyenda de la piedra
filosofal que se entiende como la transmutación del oro proveniente de
la aleación de otros metales, no es más que un sentido alegórico a la
que se refería la filosofía hermética, cosa que los verdaderos iniciados
y los estudiosos del hermetismo entendían.
El
lector tiene en sus manos lo que es la primera lección de lo que
constituyen las enseñanzas herméticas como aparecen expuestas en El Kybalion,
y como las enseñamos nosotros, humildes estudiosos de éstas. Mientras
llevamos el título de iniciados, aún somos estudiantes postergados a los
pies de Hermes, el Maestro. Les entregamos aquí muchas de las máximas,
axiomas y preceptos del Kybalion, que acompañados con explicaciones que
consideramos idóneas para ilustrar y hacer más fácilmente comprensibles
las enseñanzas para el estudioso moderno. Ello es necesario, por cuento
el texto, que podríamos llamar original, está velado adrede con términos
oscuros. Las máximas, axiomas y preceptos y todo lo contenido en el
Kybalion propiamente dicho, aparecen en este libro con letra diferente
del texto general que es nuestro propio trabajo. Confiamos en que los
estudiosos obtendrán de esta obra tanto beneficio como aquellos muchos
que antes han recorrido estas mismas sendas hacia la maestría a lo largo
de las centurias, desde los tiempos de Hermes Trismegistus, el maestro
de maestros, el “tres veces grande”. En palabras del propio Kybalion:
"Donde caen los pies del maestro, los oídos de quienes están preparados para su enseñanza, se abren de par en par".
"Cuando los oídos están prontos para oír, los labios vienen a llenarlos de sabiduría".
De
este modo, de acuerdo con las enseñanzas, aquellos que se encuentren
listos para la instrucción, este librito atraerá su atención. Y de la
misma forma, al pupilo que esté pronto para recibir la verdad, este
pequeño libro irá a él o ella y cumplirá su propósito. Tal es la ley. El
principio hermético de causa y efecto, en su aspecto de la ley de las
atracciones, unirá labios y oídos, libro y pupilo ¡que sea asÍ!