La historia cuenta que
había en una localidad un hombre sabio que a los aldeanos les parecía por un
lado una persona interesante, y por otro, un extravagante.
El caso es que le solicitaron
que les predicase. El hombre aceptó, pero el día en que los pueblerinos se
reunieron para escucharle, intuyó que los asistentes no eran sinceros en su
actitud y que podían querer burlarse.
Con talante sumamente
equilibrado les preguntó:
-Amigos, ¿sabéis de qué
me dispongo a hablaros hoy?
-No -respondieron los aldeanos.
-En ese caso no voy a
deciros nada. Sois tan ignorantes que de nada podría hablaros que mereciera la
pena. En tanto no sepáis de qué voy a hablaros, no os hablaré.
Los presentes,
avergonzados y desconcertados, se marcharon a sus respectivas casas. Al día
siguiente se reunieron y decidieron reclamar otra vez las palabras del sabio,
quien les volvió a preguntar:
-¿Sabéis de qué voy a
hablaros?
-Sí, lo sabemos -
respondieron los aldeanos que ya estaban preparados.
-Siendo así, no tengo
nada que deciros, puesto que ya lo sabéis. Que tengáis una plácida noche.
Los vecinos, irritados,
no se dieron por vencidos, y una vez más reclamaron la prédica del hombre que
consideraban tan extraño, a la vez que revelador:
-¿Sabéis amigos de qué
voy a hablaros?
Los aldeanos, que ya
habían estudiado muy bien la respuesta que iban a dar, para obligar al sabio a
disertar, le contestaron:
-Unos lo sabemos y otros
no.
-Muy bien. En tal caso,
los que saben que transmitan todo su conocimiento a los que por el momento no
saben.
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